LA
RECOMPENSA DEL
DESIERTO
Hay
más de un tiempo… o quizás un solo tiempo.
Presente,
pasado y futuro son “espacios” vistos desde nuestra realidad… pero la realidad
del Universo es distinta.
Allí
todo es posible.
Este
hermoso y profundo cuento, debe leerse con los cinco sentidos.
Se
llama “La recompensa del desierto” y pertenece a Idries
Shah
Hace mucho tiempo había un joven
comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al
pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia.
Por lo común, el habría tomado la
ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la
mayor parte del viaje protegido del sol.
Pero en esta ocasión, Kirzai
sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo más pronto
posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de
Sry Darya.
El desierto de Sry Darya es
conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo
de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas
y emprendió el viaje.
Varias horas después de partir
empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuño para sus adentros
y apuro el paso del camello.
De repente se detuvo,
estupefacto. A unos cien metros delante de el se levanto un gigantesco remolino
de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante.
El remolino arrojaba todo
en derredor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había
cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa
extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenía mucha prisa,
sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que
agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó.
Para su sorpresa, en el
momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo.
El viento no azotaba ya
con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión
correcta.
Pero de pronto se vio
obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado
sobre el suelo junto a su camello acuclillado.
Kirzai desmonto de
inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una
chalina, pero Kirzai vio que era viejo.
El hombre abrió los ojos,
miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro
ronco.
-¿Eres .... tú?
Kirzai rió y sacudió la cabeza.
-¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el
desierto de Sry Darya?
Pero tu anciano, ¿quién eres?
El hombre no dijo nada. -De todos modos
-continuó Kirzai- , Tú no estas bien. ¿Adonde vas?
-A Givah -suspiró el viejo-, pero
no tengo más agua.
Kirzai reflexionó. Sin duda podía
compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se arriesgaba a
quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede
dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. "Al diablo con mis
planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que
corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida
humana vale mucho más que un compromiso de negocios!"
Ayudó al viejo a tomar un poco de
agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello.
-Sigue derecho por ese camino -le
recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás en Givah.
El anciano hizo una señal de
agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y
pronunció estas extrañas palabras: -Algún día el desierto te recompensará.
Entonces acicateo a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado.
Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda
estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo.
Paso el tiempo.
Treinta años después, los
negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y
Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para
proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía más que eso.
Un día, mientras vendía cueros en
la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de
gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vacilo. Recordó
el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a
su camello, llenó sus cantimploras y partió.
A lo largo del camino libró una
batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni
disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esa razón ocurrió el accidente.
La cantimplora se le cayó de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse
para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición.
Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar
en su hijo, el viejo se obligo a seguir adelante.-¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré!
El sol del desierto de Sry Darya
es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de
desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e
intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le
resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba
vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai
se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejo que el camello lo
llevara adelante a donde fuera. Ya no era conciente de nada.
Un gigantesco remolino de viento
se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía
inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó
unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayó al suelo.
"Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!"
De repente, sin embargo, dio un
grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero
cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía
en estupefacción.
Este hombre que ahora desmontaba
de su camello.... ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus
ropas.... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había
comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes.
Kirzai estaba seguro: ¡el joven
que venia a ayudarlo era él mismo! ¡Era el mismo Kirzai tal como era treinta
años antes!
-¿Eres .... Tú? -balbuceo Kirzai con un
susurro ronco.
El joven lo miro y rió. -¿Qué?
¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de
Sry Darya?
Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no
contestó. No sabia que hacer. ¿Debía decirle al joven quien era, o no decir
nada? Mientras tanto el joven continuo: -De todos modos, tú no estas bien.
¿Adonde vas?
-A Givah -respondió Kirzai-. Pero
no tengo mas agua.
Kirzai vio que el joven
reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que
pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus
propios asuntos?
Pero Kirzai también supo cual
seria la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de
agua. Después, el joven le lleno la cantimplora vacía, lo ayudo a montar su
camello y apunto con un dedo.
-Sigue derecho por ese camino y
en dos horas estarás en Givah.
El viejo Kirzai miro un largo
rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de
agradecimiento.
Hubiera deseado hablar con él de
muchas cosas, pero solo logro encontrar estas palabras:
-Algún día el desierto te
recompensará.
Y entonces partió de prisa hacia
Givah, donde lo esperaba su hijo.
Kirzai llego a ser un hombre sabio, respetado
por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le
creían.
Desde aquellos tiempos, el
desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que
quiere decir: El
desierto donde Uno se encuentra a Sí Mismo
Hermoso, cuento
amigos… Estoy tentado a comentarles mi interpretación, pero se los dejo a Uds.
Que cada cual saque la enseñanza y devele los símbolos, usando… como les
comente al principio, sus cinco sentidos.
Abrazo a todos y
hasta nuestro próximo encuentro.
Walter Accuosto
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