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sábado, 11 de julio de 2009

¿ANIMALES???



Esta historia es verídica y ocurrió los primeros días de este año en la localidad de Wigan, Great Manchester, Inglaterra.

En el hogar del matrimonio de Mavis y Robert Bell, vivían en plena armonía un perro y un gato. El perro se llama Oscar, tiene 18 meses y es un Lancashire Heeler.

El gato se llamaba Arthur, era blanco, grandote y tenía 17 años.
Ambos eran inseparables. Dormían juntos en un cesto. Jamás peleaban. Y el gato hasta le ayudaba al perro a subirse al sofá para hacer sus siestas, puesto que la raza del perro es bastante pequeña.

El gato un día se murió.

Y el matrimonio Bell lo enterró. Oscar por supuesto, acudió al entierro. Y todos se fueron a dormir.

Durante la noche, Oscar se escabulló hacia el jardín. Buscó el lugar donde estaba enterrado Arthur. Comenzó a escarbar hasta encontrar el cuerpo de su amigo.

Sacó al gato fuera del hoyo.

Tomando en consideración la diferencia de tamaño entre el gato y el perro, es de suponer el esfuerzo físico descomunal que esto le supuso a Oscar. Lo arrastró luego hasta la casa.

Lo puso en el cesto donde ambos dormían.

Luego, como el gato estaba lleno de tierra y despeinado de toda la maniobra, Oscar se dedicó buena parte de la noche a limpiarlo a lengüetazos.

A la mañana siguiente, cuando el matrimonio Bell se levantó, cuál fue la conmovedora sorpresa al encontrar a Oscar bien dormidito junto a su queridísimo amigo Arthur.

Lo que más admiraban los Bell era que el gato estuviera tan pero tan limpio.

Así es que volvieron a enterrar a Arthur en un lugar más “seguro” y le llevaron a Oscar un nuevo gatito al que llaman Limpet. Y Oscar lo cuida y lo sobreprotege, aunque suponemos que el amor por su amigo Arthur pervive en su corazoncito canino.

Cada vez que sé de una historia así, daría mi reino por saber lo que pensaba el perro y qué lo hizo decidir hacer todo lo que hizo.

Esto para todos aquellos descreídos que insisten en que los animales no tienen sentimientos

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